Un día nos vamos. Quizás mañana, pasado o dentro de cien años. Pero lo que es seguro es que nos vamos. No sabemos si después habrá un juicio divino, nadie lo sabe. Pero lo que si imagino es que un segundo antes de que marchemos nos sentaremos con nuestra conciencia a echar cuentas de la vida que hemos llevado. Contaremos los amaneceres, los amores, las veces que perdonamos y los instantes en los que elegimos ser geniales. Le restaremos el odio, la venganza, las culpas y los miedos. Y así nos quedará un resultado que decidirá la serenidad que nos llevamos al otro lado. Un juicio en vida que será un balance de la existencia que decidimos llevar a cabo, con un premio inmejorable, irnos con la conciencia tranquila, todo un cielo, dirían los cristianos, o con el alma inquieta y arrepentida de no haber vivido, un infierno eterno en toda regla, dirían los mismos.
Porque la realidad es que en la vida tendremos muchas circunstancias que nos pondrán a prueba. Momentos en los que tendremos que elegir si vamos a por todas o evitamos nuestra suerte. Decisiones en las que se basará el presente y el futuro, no sólo de quien las ejecuta, y ya eso nos obliga a ser responsables con nuestro destino. Nos han enseñado a escapar del dolor, de los malos ratos y de las desgracias, pero, curiosamente, fue allí donde encontré las personas más felices. Fue en esas vicisitudes donde conocí gente dispuesta a ser valiente y aceptar lo que viniera sin más pretensión que demostrar que podía convivir y hasta disfrutar de cualquier cosa. Como aquel paciente que agradeció el haber tenido un cáncer, aunque no lo crean, o todos esos samuráis que se hacen fuerte en la derrota y dejan de depender del acierto, porque saben que allí no hay aprendizaje ni desafío.
No es fácil de comprender, lo sé, pero créeme cuando te digo que ante cualquier circunstancia tienes dos opciones al menos de respuesta, la habitual, la previsible, o la genial, la valiente, la extraña. Y son en esas circunstancias difíciles en las que la persona avanza o se rinde, y puede que tu felicidad, nada menos, dependa de ello. Ese sentimiento perfecto que envuelve a aquellos que son capaces de elegir la forma de actuar, por rara que sea, sin importar el hecho en sí mismo, por duro y extremo que parezca. Irnos, sí, pero dejando el legado de vivir intensamente la vida, con sus buenas y menos buenas experiencias, ese camino inmortal que un día termina pero que aún así no cesa en los que se quedan…
No sé como lo haces, Enrique, pero vuelves a superarte en cada post.
Este me ha tocado la fibra sensible y por eso lo comento.
Me encanta tu forma de escribir y de contar las cosas. Las haces tan se sillas. Bueno, las cosas en realidad son así de sencillas. Es la forma de verlas la que se complica.
Seguiré leyendote, e intentando seguir siendo un samuraI.
Gracias por tu ánimo e impulsó.
Gracias amiga. Es un honor que me sigas. Un abrazo