Ya no sé qué hacer para convencerte. Ya no sé qué hacer para que me entiendas. Ya no tengo más palabras para mostrarte que no hay camino marcado excepto el que tú inventes con tus pasos. Ya no tengo más motivos para darte ni más excusas que cargarme. Ya no sé los vídeos que he de enseñarte ni los héroes con los que ejemplificarte que es posible que te salves. Te he contado catorce mil imposibles, cien millones de emociones, billones de razones y cientos de oportunidades. Te escribo cada día y permaneces ahí, mirando las semanas pasar, creyendo que lo tuyo sí que es difícil, y que nadie puede comprenderlo. Sigues lamentando el pasado, evitando el presente y temiendo el futuro. Sigues ahí postrado ante mis palabras desgañitadas y no te da por saltar al mundo, cambiar las cosas, ser impredecible y romper con todo. Continúas tu existencia como si fueras eterno y jamás fueras a morir, aceptando lo que ha de venir como si el destino estuviera escrito. Habitas tus días sin inspirar, llegar más lejos, exprimir tu cuerpo y enseñar tu alma, como miedoso de que alguien pueda maltratarla. Te inundan los miedos, la vergüenza y la ira, pero no quieres saber que mientras actúes en base a ellos nunca serás verdaderamente libre, porque siempre harás lo que tu cabeza te mande. Y así seguirá siendo, sin ser agradecido por no ser intimista, sin ser cariñoso por no parecer pesado, sin ser amable si no es con beneficio, ni ser genial por no tener tiempo. Sin pedir ayuda cuando la necesitas, sin decir que no cuando no estás convencido, sin decir que sí a asumir riesgos ni abrazar al atrevimiento. Y sigues ahí creyendo en la mala suerte, en dioses que dicen poco y en valores que no son tuyos. Dudando de la bondad desinteresada, del altruismo y de la intuición. Pensando mal porque así aciertas, jugando a ser lógico en un universo donde el sentido común es mentira. Y sigues ahí, leyendo, sin traducir tu coraje en esfuerzo, tus heridas en cicatrices y tus temores en gestos. Pensando en vez de sentir, diciendo en vez de hacer y frenando en vez de andar. Viendo los años pasar, las arrugas brotar y las canas nacer. Sospechando que tu corazón está aún vivo pero que quizás sea tarde. Imaginando que tus sueños ocurren, que vuelves a la guerra y que la terminas ganando. Agarrándote a mi testimonio, a cada una de mis letras y a mi fe desmedida en que todavía es posible. Y entonces sonríes, respiras, te ardes por dentro, haces por ser mi ángel, mi ejemplo, al fin, y sales de verdad a vencer a la vida…