Uno de los grandes problemas es que se nos entrenó para valorarnos en función del resultado. Crecimos pensando que lo deseable era tener un trabajo de ocho horas, un mes de vacaciones pagadas, una hipoteca y dos niños rubios de amplia sonrisa. Nos creímos que la felicidad consistía en un título en la pared, una pareja que nos comprendiera y una cuenta corriente que soportara nuestros caprichos, pero estaban todos equivocados.
La realidad es que nos formaron para que midiéramos la vida en función del resultado, de conseguir cosas y no de disfrutarlas al lucharlas. Nos dijeron que la felicidad estaba al final del camino, en alcanzar tus objetivos y demostrar al mundo tu valía con hazañas concluidas. Mentira. Un reto es sano si al pelearlo tienes la sensación de estar donde quieres, con cada paso dirigido hacia una meta en la que no siempre habita la serenidad que nos creímos. Tengo mil casos para mostraros. Personas que quisieron acabar desafíos deportivos, otros que pretendieron rebajar veinte kilos, algunos que aspiraron a ser exitosos en los negocios, los que trataron de conocer el planeta viajando, etc. Preguntados todos al final del trayecto, habiendo conseguido sus objetivos, todos coincidían en que la verdadera paz no la obtuvieron al finalizar la proeza, sino mientras estaban haciendo y disponiendo lo posible por conseguirla. Se sentían verdaderamente plenos cuando entrenaban aún con frío, al pasar los días en casi ayuno, al hacer mil cuentas para llegar a cuadrar los números, al poner un paso delante simplemente del otro en pos del siguiente destino, no al terminarla…
Si existe una realidad que compruebo en terapia a menudo es esa. Que la vida es algo que ocurre al tiempo que nos afanamos, en el mejor de los casos, en alcanzar objetivos, la mayoría impuestos por otros, sin atender a la única circunstancia necesaria para que se dé la vida en tu cuerpo, el simple acto de inspirar y espirar, y repetirlo conscientemente hasta que caigamos en la cuenta del milagro que supone.
Porque así entenderíamos que todo lo demás es un regalo, y que no podemos juzgarnos por aquello que no depende de nosotros, una nota, una facturación, una marca o un resultado, y empezaríamos a valorarnos sobre lo que podemos actuar, nuestro esfuerzo, dedicado a aquello que realmente nos apasiona, a pesar de lo que digan los demás. Porque si me lees de vez en cuando sabes, al menos espero, que tan sólo serás brillante en aquello que arde por los mil poros de tu cuerpo, y se trata de una cuestión de entusiasmo mientras tanto, y amigo, eso sí depende de ti…