Aceptación, Compromiso, Humanidad, Inteligencia

Las Sanas Expectativas…

Hablemos de lo que esperas. Esperas ser feliz, pero no sabes aún definir en qué consiste. Esperas acabar una carrera, pero no sabes qué ocurrirá cuando eso pase. Esperas casarte, tener pareja o conocer alguien especial, pero te olvidas que el amor tiene espinas que se enganchan a tu alma. Esperas tener dinero, pero no conozco a nadie que sea rico y a la vez esté sereno. Esperas poseer, sin saber que todo lo que tengas terminará por poseerte. Esperas llegar bien alto ahí fuera, sin sospechar que a donde hay que llegar es ahí dentro. Esperas no morirte nunca, que el tiempo no pase y que tu cuerpo no envejezca, pero sabes que son realidades imposibles.

Nos han enseñado a esperar demasiado de las cosas. Lo llaman expectativa. No nace con nosotros. Un niño bien pequeño no las tiene. Las adquiere a la vez que crecen, con cada rostro orgulloso de un padre que agradece unas notas de la escuela, con cada premio a los logros conseguidos de chaval y con cada palmada en el hombro al imaginar nuestro futuro. Y sin quererlo nos educan hacían un objetivo, sea cual sea, heredado, por supuesto, por reflexivos e imparciales que sean nuestros antepasados.

Lo vi mil veces en consulta. Personas heridas porque tienen la sensación de no haber llegado a superar el listón que creen aceptable. Gente que no es capaz de entender que ellos son mucho más que los mínimos que supuestamente se les exige para ser dignos y honorables. Más aun cuando el objetivo no dependía del todo de ellos. Una oposición, un puesto de trabajo, una marca atlética, un logro personal, emocional, o el que fuera. Todos mutilados por esas expectativas de las que les hablo, herencia bien intencionada de quienes nos trajeron al mundo, por no hablar de la publicidad tóxica que nos bombardea para que cada minuto aprendamos nuevas necesidades vitales que realmente no nos dicen demasiado.

Madurar implica decir basta al aprendizaje heredado. Implica reflexionar con talante humilde, sin rencor ni odio, ante todo aquello que damos por sabido. Se trata de ser críticos con lo que creemos seguro. Argumentar, ser nuestros mejores científicos. Valorar conscientemente, sin prejuicios, si lo que hacemos realmente nos llena, o si simplemente es inercia de la lógica que hemos asumido desde pequeños.

Lo sé, es una propuesta ambiciosa. Es probable. Pero imaginad el posible resultado por un momento. Decidir personalmente nuestras ilusiones de cara al futuro. Elegir el presente, sin miedos heredados, siendo quienes queramos ser, libres del aprendizaje que recibimos, en la medida de lo posible. Imaginad poder decir no, equivocarte por ti mismo y aprender desde cero sobre las cosas que creímos que eran ciertas. No creo que haya libertad sin desaprender lo aprendido, sin despedirse de quienes creemos que somos y empezar a construirnos desde el mismísimo principio. Una libertad que indudablemente nos llevará a ser felices, desde luego, porque tan solo entonces habremos decidido personalmente nuestro propio camino, y ese viaje sí que es la mejor de las más sanas expectativas…

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