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La grandeza de Mandela


No soy alguien a quien le guste dar excusas, y no lo haré tampoco esta vez. Pero el hecho es que estuve alejado de estas letras un tiempo, faltando a la cita diaria que tengo con este blog que con tanta ilusión ha comenzado. Mi compromiso vuelve a ser poderoso, y mi responsabilidad férrea en no dejar de escribir, porque como uno dijo, es una de la mejores terapias que existen.
Hoy les traigo un ejemplo de los que trabajo en consultas y charlas. Y es que en ellas, los que me sufren saben que suelo plantear las sesiones con una figura que ejemplifique los valores que intentamos construir entre ambos.

No sé si conocen la historia de Mandela. No hace mucho que estuve en Sudáfrica y pude preguntarle a alguien del país el por qué de su importancia a nivel internacional, más allá de ser símbolo de la abolición del apartheid y la lucha por la igualdad de razas. Y es que son muchas las personas, incluso antes que él, que dedicaron sus vidas a romper las barreras de las desigualdades. Quería saber lo que hacía a Mandela diferente.

Su respuesta colmó mis mejores expectativas. En una época en la que los negros sudáfricanos empezaban a ser libres del yugo blanco, también llamado afrikáners, tradicionalmente dominadores de la escena social y política, eran muchos los que clamaban venganza contra estos por todas las atrocidades cometidas a lo largo de la historia. Muchos presos políticos empezaban a ser liberados entre la fiesta de sus compatriotas negros, que los aguardaban como si de verdaderos mesias vinieran al mundo. Uno de ellos, encerrado durante 27 años en la cárcel de Robben Island por pensar diferente del régimen racista blanco, se llamaba Nelson Mandela.

No hizo falta demasiado para que Mandela ganara las primeras elecciones democráticas, mientras un pueblo y una raza respiraba herida de orgullo por las barbaridades sufridas, sintiendo la venganza contra los blancos como la mejor de las opciones posibles. Pero fue entonces cuando el milagro se produjo. El nuevo presidente decidió romper la expectativa, lo que se esperaba, y eligió no reaccionar ante la otra raza con violencia, sino con compasión. Donde se esperaba violencia, solo hubo perdón, donde la agresión era probable, Mandela alentó a los suyos a la paz y a tender la mano a quien había sido su enemigo.

Mandela entendió algo maravilloso, que quien reacciona al daño con más daño nunca es libre de elegir, que quien no perdona nunca es dueño de sus acciones, pues se ven sometidas al pasado. Entendió e hizo entender a su pueblo que el amor hace libres a hombres y mujeres, más allá de razas, sin rencores. No le fue fácil, a buen seguro, de motivar a su pueblo, pues la respuesta instintiva sería bien diferente.

La grandeza de Mandela, hoy clínicamente muerto, pervive en los corazones de los que siguen su ejemplo de bondad absoluta, de esa bondad que cuesta tanto pero que es la única verdadera, la que aparece cuando no se le espera pues las heridas de la guerra te hacen clamar venganza, pero decides que la última palabra es tuya y no de tu instinto.

Por eso son tan grandes mis samuráis pacientes, por eso es tan grande Mandela

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