Aceptación, Compromiso, Humanidad, Inteligencia

Esos Reflejos Conectados…

Sólo tienes que unir los puntos y entender el camino que recorres. Revisa todas esas situaciones difíciles para ti que hayas vivenciado. Escribe al lado la emoción que te generó y observa cómo las circunstancias más importantes de tu vida guardan una perfecta y bella relación. En una conexión casi divina, tus acciones del presente tienen influencias del más remoto pasado, por lejano que parezca. Eres una consecuencia de muchas interacciones, y a ellas le debes parte de tus fracasos y de tus éxitos, aunque la última palabra, por supuesto, siempre quede en un postrero gesto.

Y si lo hago, en mi caso, se cumple. No es casualidad que naciera del absoluto amor de unos padres enamorados, jóvenes y dispuestos a arriesgarse ante las vanas expectativas que susurraban ante su incipiente matrimonio, cuando apenas mi madre contaba dieciocho primaveras. No debe ser casualidad que creciera feliz en un entorno de amor, no sin problemas, como la lucha constante de mi padre contra una enfermedad ante las que muchos se rindieron. Quizás de ahí venga mi empeño, porque antes ya me demostraron ellos que imposible es tan sólo una posibilidad improbable. Mis años lejos de mi tierra, sabiendo de despedidas y su regusto amargo.

Enamorarme de adolescente con distancia por medio, que me sirvió para escribir casi cada día, un ejercicio que todavía hoy conservo y valoro. Luchar una carrera que no me encandilaba, para conocer que la gloria es un camino oscuro con muchas esquinas siniestras. Trabajar en aquello que no me gustaba para apreciar hoy lo que hago. Encontrarme jefes innobles para darme cuenta de que no quiero tenerlos. Llegar a fin de mes con lo justo para caer en la cuenta de que la auténtica creatividad nace del sufrimiento, no de los triunfos. Habitar el silencio en un zulo de treinta metros cuadrados en el que nunca me sentí más libre. Caminar bien lejos para concebir que al fin estaba más cerca de mi alma. “Escritura Como Terapia”, mi primer libro, para desahogar mis vergüenzas. “Un Río de Tinta”, el segundo, para reconciliarme con el destino. Mi voz para gritar que si yo lo hice cualquiera puede, que nada te determina por mucho que te condicione y que en cada tropiezo hay un tesoro escondido para tu futuro.

Esa conexión sencillamente genial donde siempre hubo esfuerzo, coraje, tesón y bravura. Ese caminar mirando al frente, por mucho que dolieran las heridas al orgullo y la esperanza se consumiese. Resurgir desde menos de cero para darle la vuelta a todo y convencer al mundo de que vivimos tiempos increíbles donde llevar a cabo nuestros sueños es viable. Y que, si aún no lo ves, no tienes que desesperarte. Tan sólo seguir acelerando tus ganas de que surja la oportunidad de hacerlo posible, alcanzar esa sensación serena de haber hecho lo indecible para que todos tus reflejos vitales permanezcan genialmente conectados y quedes en paz con tu conciencia…

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