Aceptación, Compromiso, Humanidad

Con Uno me Basta…

La raza humana es genial porque es capaz de realizar las obras más increíbles, romper las expectativas más difíciles y superar con mucho la supuesta limitación ante cualquier reto. Son muchos los ejemplos perfectos de una especie que alcanza aquello que se proponga, por imposible que parezca, y eso nos diferencia de cualquier ser del universo conocido, porque llevamos la evolución en nuestra genética, en lenguaje, pensamiento y emociones, a pesar de que los animales no nos vayan demasiado a la zaga.

Aunque pagamos un alto precio por ello. Se nos otorgó el regalo más maravilloso del destino, el libre albedrío, pero algunos no supieron que ese presente estaba condicionado a la más absoluta de las responsabilidades, pues igual que puede ser una herramienta magnífica que nos haga felices y serenos, puede también propiciar que nos equivoquemos, incluso en intención, esa salvaguarda que tantas veces defendí por estos lares.

Me refiero a una de las mayores lacras de nuestra sociedad actual, aunque quizás suceda desde el principio de los días, la Violencia de Género, la peor acción posible, pues nace en el seno de la pareja, el lugar donde el amor debería inundar de bondades a quienes la forman. Con su tropiezos y aprendizajes, el amor en pareja es, posiblemente, una de las razones por las que merecemos la oportunidad de seguir existiendo en el mundo, pues es la emoción suprema, capaz de obrar milagros y grandes historias. Pero no siempre ocurre, y tenemos que acudir atónitos a la realidad infame de mujeres que no saben siquiera que son maltratadas. Porque el golpe duele, pero la herida que deja en el centro de su alma difícilmente cicatriza. La violencia psicológica, ese veneno invisible que mata por dentro y que tantas veces me encuentro en terapia. Todos somos responsables, el que no actúa, el que pega, la que no denuncia, los que lo saben y los que miran para otro lado. Pero víctimas son ellas, las que han perdido las ganas de vida y no se atreven a gritarlo porque ni saben donde se hallan, ellas y los hijos, esas personitas inocentes que asumen como normal una situación que los atará emocionalmente de por vida.

Debemos aportar nuestro granito de arena, en nosotros mismos, en los demás, con un vecino o un amigo, concienciando de la necesidad de la denuncia y la prevención, hablar sin tapujos y destrozar la idea de que hay cosas que no cambiarán demasiado. En nuestra mano está, como generación, que en el futuro se nos honre como aquellos que terminaron por fin con esta guerra que tantas muertas se lleva cada año. Por mi parte, mañana me dejaré sangre, sudor, y puede que hasta alguna lágrima en la charla que daré al respecto, en mi pueblo de toda la vida, Villarrasa, y si sólo a uno hago pensar, les aseguro que ya habrá merecido la pena. Os espero…

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