Hoy quiero responsabilizarte de todo. Porque tus actos pueden salvar a alguien, y eso te obliga, sin excusas ni pereza, expresando tu mejor versión y cumplir con tu conciencia. Igual unas palabras, a lo mejor unas letras, quizás una simple mirada, donde halles más grandeza. Se lo debes al pasado, a los momentos en los que te viste perdido y juraste ante ti que nadie merecía esas sensaciones. Se lo debes a tus antepasados, que cuidaron tu entorno hasta el infinito para que fueras persona. También al futuro, pues nuestro presente nos conecta con espíritus que aún ni conocemos. Hazlo en rebeldía ante quienes dejaron de creer en altruismos, con fe creativa, rompiendo los límites del tiempo y las reglas más esenciales del universo.

Arriesga con locura, que de los cuerdos nadie dijo nada. Ama sin medida, con ternura, sacrificio, con intención humana, que es divina. Toca lo centros de las almas y vendrán sonrisas, abraza las dudas y nacerán certezas, grita las verdades y te escuchará el silencio. Vence los temores, las vergüenzas, los reproches y el recelo. Al menos prueba, un gesto que abrigue, una mano en la espalda, un susurro que anime, una acción que sorprenda. Sin pensar, sintiendo, sin elegir, decidiendo, saltando al vacío de los más profundos sentimientos, matando el hastío de ver pasar los días y los años sin pasión, sin entusiasmo ni arrebatos.

Gasta los minutos con vivencias, la vida con experiencias, levantando a quien está a tu lado, inventando formas de mejorar su mundo, la manera perfecta de hallar tu sitio en los ojos de quien te está agradecido. El reflejo que no se disipa, el que te justifica todo, el esfuerzo desde el principio y la tentación de ser geniales. Así hasta que marches, sereno, confiando en el juicio del destino, por un camino excelso, digno de ser andado, bello para ser contado, pues no entiendo mejor manera de seguir estando, continuar respirando hasta lo eterno, incluso, escucha, mucho después de habernos ido…