Tengo que contaros un secreto. Lo haré a riesgo de que me toméis por loco y paséis a otra cosa. Es mi deber y mi derecho deciros que puedo viajar al pasado cada vez que quiera. Soy capaz de visitar, cada vez que pretenda, momentos de mi vida, de mi infancia, de la adolescencia y hasta de la semana pasada. No puedo cambiar las cosas que allí ocurren, pero puedo habitarlas de nuevo, la personas que conocí y los amores que tuve. Puedo ser testigo otra vez de todos los errores que cometí, de los aciertos, de los aplausos y de mis enfados. Lo hago cada vez que me apetece o me aburro. Tan solo cierro los ojos y allá voy, el tiempo que se me antoje.

Imagina trasladarte a tus decisiones de otra época, como si fueras invisible, entendiendo los motivos que te llevaron a elegir esto o aquello. Imagina volver a todas tus circunstancias y memorias. Así me pasa. Una bendición parece, desde luego. Durante mucho tiempo lo utilicé para recrearme en vivencias que no quería que se fueran, reprocharme las equivocaciones y lamentar mis errores. Revivir intervalos importantes de mi vida, esperando que nunca marcharan para siempre. Así lo hice durante años, casi cada día.

Lo hice así hasta que cai en la cuenta de la realidad. Hasta que entendí que la mejor manera de dar sentido a esa virtud divina era despidiéndome de ella y eligiendo el presente para vivirlo intensamente. Dejar de viajar al pasado para respirar el justo instante en el que me hallo, pues es aquí donde todas las sensaciones se hacen realmente poderosas. Los colores, los perfumes, los latidos y las sonrisas. Aquí es donde las ilusiones son perfectas, el entusiasmo y el arrebato. Ocurren tan sólo una vez, ya, y su recuerdo es un aroma desgastado que no dice tanto.

Es por eso que abandoné mi habilidad y decidí quedarme en el presente. Permitir que el destino me sorprenda con lo que tenga que venir. Centrar mis fuerzas en elegir mis respuestas, no las preguntas que me hace la existencia. Dar la bienvenida a lo bueno y lo malo, porque implica que estoy, y eso ya es mucho. Aprendiendo del pasado, claro que sí, pero sin dar nada por sentado, abierto a descubrir partes de mi y de mi universo, sin clasificar a las personas, porque aspiramos a ser inclasificables, únicos, distintos y geniales.

Ese es mi secreto. No se trata de poder mirar atrás, eso lo hace cualquiera, tú también, sino de negarme a estar en historias de otro tiempo que ya no dicen tanto como el segundo justo en el que estamos, que ese sí que es tremendamente vital y perfecto…