Aceptación, Compromiso, Humanidad, Inteligencia

La Ciencia de la Vida…

No puedo demostrar lo que ahora voy a decirte. Y soy consciente de mi posición de científico, de que ejerzo una profesión que se basa en la ciencia, con sus hipótesis y su método hipotético deductivo. Pero lo diré, al menos en este espacio personal, donde unos cuantos soñadores dejamos atrás nuestros roles y prejuicios al calor de unas letras amables que endulcen algo el día que nos queda por delante.

Existen muchas cosas que aún no conocemos. He visto casualidades que erizarían el vello del más descreído. Pacientes que sienten más de lo que ven y personas que oyen más de lo que escuchan. Sí, les hablo de presencias, energías, sensaciones, sugestión, llámele como usted quiera. Pero lo cierto es que ocurre, y cuando ocurre a nadie deja impasible. No les hablo de religión ni de filosofía, ni intento colarles un tanto, y no creo que se me haya ido la cabeza, aunque a veces lo parezca. Y pueden creerme, mis pacientes están más cuerdos que la mayoría de la gente que camina por la calle.

Lo cierto es que, quien desarrolla cierta sensibilidad para conectarse de verdad al mundo, termina comprobando por sí mismo cómo las casualidades parecen reforzar el esfuerzo que se le dedica a las cosas. Es como si el destino premiara la buena intención de quien quiere salvarse. Como si hubiera algo o alguien dispuesto a darte el último empujón necesario cuando vas en la buena dirección en tu vida. Y la sensación que deja es perfecta.

No creo casualidad que soñara el naufragio de mi abuelo cuando era niño poco antes de que ocurriera, ni ese galgo que me guió hasta Montoro en mi camino del Guadalquivir hasta Sanlúcar, ni el ángel que me visitó en Rus cuando estaba agotado. No creo que los sueños que tengo sean desdeñables, o que los fines de semana en los que me quedo en mi antigua casa del pueblo me encuentre sólo. No pienso que no haya nadie en mi despacho a altas horas cuando ya todos se han ido, y quiero pensar que los pequeños detalles que me encuentro constantemente tienen algún significado.

No lo sé, como dije, ni puedo demostrarlo. Pero son muchas las personas que se sentaron frente a mi y me inundaron de historias de las que no tengo por qué dudar. Y de un tiempo a esta parte me niego a darlas de lado, aunque tan sólo sea por la tranquilidad y serenidad que me deja en el cuerpo la simple duda de que haya algo más, algo bueno. Ya con eso me compensa guardar en mi arcón sagrado todas esas leyendas, a veces mías, a veces de otros.

Y hasta de ahí saco enseñanza. Porque si existe un nexo común en todas esas historias es que les suele ocurrir a alguien que lucha, que escucha las señales, que hace por sentir, poner el oído de verdad a la naturaleza, abrirse a la experiencia, aquel que va hacia los miedos, que disfruta del presente y que se ilusiona con el futuro. A esas personas sensibles que no se paran ante la indiferencia, que llevan una existencia honorable y que hacen de la dignidad una forma de vivir sus días. Almas que se encargan de romper la expectativa de esperar algo a cambio para regalar tu mejor sonrisa al mundo. A esos les ocurre, esa genial casualidad, quizás esa ciencia de la vida…

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