Piensa en aquellas cosas que necesitas para vivir. Escribe al lado de ellas la emoción que te generan. Muchos dirán la familia, los amigos, la pareja, los hijos, el dinero. Otros dirán la buena salud, la casa, conocer mundo y el trabajo. Vivimos convencidos de luchar por cosas que creemos esenciales para la vida, creyendo que, sin ellas, la existencia no merecería la pena. No se preocupen, no es su culpa, es lo que nos enseñan desde bien pequeño. Desde la escuela nos valoran en función del resultado, de lo que se consigue, de una puntuación en un examen a simples conocimientos. Se nos premia con títulos, con un sueldo, con supuesta seguridad y, con suerte, hasta con reconocimiento. Y así ocurre, amigos, así desde casi el principio de los tiempos.
En mi camino me he dado cuenta de que las personas más felices no son aquellas que más tienen, como dice el dicho, sino las que menos necesitan. Porque tener es relativo. He conocido gente que con poca salud es feliz, y si me acompañan un día a la planta de oncología infantil de cualquier hospital verán que así sucede. He visto personas que sin dinero, sin hipotecas, sin pareja y, hasta sin hijos, terminan por hacer de su existencia una aventura increíble. Pero en eso no nos entrenan, desde luego. No nos cuentan desde pequeños que las grandes emociones que valen la pena no dependen de los conocimientos que tengas, sino de las actitudes que elijas poner en liza. Que mil veces es preferible una sonrisa que un consejo, un abrazo a una lección, y un beso a una declaración jurada. No nos dicen que agradecer ilumina el alma y amar eleva el espíritu. Que cien vidas caben en un instante en el que te enamoras, y que vencer los miedos es la guerra más cruenta a la que tendrás que enfrentarte mientras vivas.
Y nos olvidamos. Nos olvidamos que, de necesitar, sólo necesitamos respirar, y que todo lo demás es un agregado que puede facilitarnos o no, dependiendo de nuestra actitud, la forma de encarar la cotidiana existencia. Y no nos acordamos de jugar, de morder el momento, saboreando lo bueno y lo malo, como si de un regalo se tratase, haciendo por mejorar a cada paso que transitamos en nuestro camino. Aprovechando cada amanecer como si de una nueva oportunidad de comenzar de cero se tratase, con el corazón preparado para lo que venga, a pesar de todo.
Y entonces vuelves a ese papel, a tachar tantas cosas que no necesitas, y te das cuenta que contigo tienes de sobra. Que de ti depende dar la vuelta a lo que nos dijeron, demostrando al mundo que con poco ya es suficiente. Brindar por el presente, que es lo único que poseemos, y brindar por estar dispuesto a amar sin condiciones, a uno mismo primero, desde luego, que lo demás vendrá sólo. Que ya está bien de ser esclavos de lo que parece imposible de conseguir, ni falta que nos hace, pues siempre hay alguna historia anónima para retratarnos y quitarle razones a nuestras penas. Brindar distinto, quizás, y empezar a bebernos por fin de verdad la vida…