Aceptación, Compromiso, Humanidad, Inteligencia

Bailar los Miedos…

No creas que yo no tuve miedo. Conozco ese agujero indigno de no saber para donde mirar y sentirme perdido. He visitado el pozo de la desesperación y he acompañado a otros muchos en esa misma travesía. Vivo con él en mi despacho cada día, tratando de encontrar la manera de iluminar, al menos algo, el camino de los que vienen a contarme sus temores. Sé de lo que se trata, puedes creerme.

Pero si algo he encontrado en la búsqueda de resolver el problema es que quien está dispuesto a desafiarlo termina hallando un sentido a su existencia mucho mayor del que nunca hubiera imaginado. Los valientes que se deciden a responder a sus propias preguntas o elegir las propias cuestiones de su vida tienden a transitar serenos por el camino que recién les recibe. Dicen que la felicidad es eso, andar el sendero en un lugar donde no existen mapas previos ni señales que adviertan de los peligros, descubriendo con cada paso una forma de resolver los inconvenientes que se vayan presentando.

Y para eso tenemos que despedirnos del miedo. Porque nos atrapa, nos agarra los sueños y los machaca con dosis de cotidianeidad que aburren nuestros años. Nos empuja al conformismo de no arriesgarnos para que sigamos creyendo que nuestra zona de confort es la deseable.
Miedo de todos los tipos. A no decir basta ante el trabajo que no te apasiona, a quitar de tus días aquellos que no te aportan y te roban las ganas. Miedo a decir aquello que te gusta y miedo al fracaso o incluso al éxito. Miedo a la crítica, a perderlo todo y hasta miedo a tener que empezar de nuevo. Miedo a ser tú, en definitiva, con lo bueno y lo malo, a pesar de las consecuencias que tenga.

Porque si algo he aprendido en años de terapia es que el miedo nos quita libertad, y sin libertad no existe felicidad posible. Tan sencillo y tan difícil como eso. Y superarlo consiste en desaprender ese miedo aprendido y negarnos a actuar como predice nuestro pasado. Superarnos en un entorno de supuesta normalidad donde todo ocurre según el destino y elegir quienes queremos ser en el mundo. Buscando motivos, sin excusas, con cierta locura en las acciones, como hace el buen cuerdo. Habitando el presente sin demasiada pretensión en el futuro. Navegando las mareas con arte marinero, siendo agradecidos por la tormenta que nos hizo mejores y compasivos con aquellos que aún no se han dado cuenta. Naciendo de nuevo, si fuera necesario, exponiéndonos de verdad ante el mundo, ese mar de sensaciones que nos mece hasta matarnos o morirnos, dependiendo de nuestra manera de bailar esos dichosos miedos que nos paralizan…

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