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Un día en la Selva…

Están los guepardos, rápidos y temibles, con sus garras afiladas a la espera de cualquier presa inadvertida. Jamás los verás de frente. Llegan sin avisar, pero cuando menos esperas los tienes echando su aliento en tu hocico mientras huyes despavorido, y sólo consigues, como mucho, apartarte para que enfile a otro desgraciado de patas cortas y lento reflejo. Después te encuentras a los antílopes, veloces y traicioneros, siempre a la espera del menor descuido para acecharte. Salen de la nada, su perfil fino les permite descubrir huecos donde nunca los hubo, y eso les hace peligrosos, a no ser que tengas mil ojos en la espalda… Intentas manejarte en tu senda, pero sólo haces atisbar movimiento y dejas de existir de la presencia de nadie. El silencio es sospechoso, la paz tenebrosa. En segundos puedes destapar amenazas jamás imaginadas, tantas veces vistas lejos pero tan cercanas… y no haces sino estar alerta a cada susurro, por más que la calma reine en tu camino. El Sol es testigo de tanto desencuentro, cómplice de los que aprovechan las sombras para dar caza, juez implacable de los que yacen en el desierto… Es lo que tiene la jungla, muerte a la vuelta de la esquina, lamentos en cada ladera, pero de cuando en cuando aparece un oasis en medio de la nada y refrescas un rostro curtido de tanto perseguir y ser perseguido. Pero las treguas acaban y la lucha comienza de nuevo, hasta el próximo oasis, quizás el definitivo, y sueñas con abundancias y descanso, con cariño y aprecio, pero tornas al instante a la pesadilla y aprietas el puño, por el bien de tus fauces… Y entre tanto, acto reflejo de tus músculos, en la lejanía del horizonte divisas un elefante, de esos enormes e inofensivos, y corriendo quedas a su sombra, aliviado de tanta soledad bajo el mismo cielo, confiando en que sus pasos te lleven a casa, la de los sueños y las abundancias, hasta el día que toque de nuevo salir en la espesura y jugarse los cuartos con alimañas de cuidado, con esos seres indignos que dejaron de amarse en el momento que pusieron un volante en sus manos… y es que, amigos, no se me ha ocurrido otra forma de contarles mi regreso a casa por carretera, a sabiendas de la injusticia que cometo con los animales por mi discurso, pues queda bien demostrado cuán peligrosa es ésta, nuestra selva, pero más aún lo poco que nos respetamos, y de eso no tienen culpa los otros animalitos…

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