Aceptación, Compromiso, Humanidad, Inteligencia, Personajes

Piratas y Colores…

Hace tiempo que abandoné mis escarceos por mares infestados de piratas. Me prometí, tras batirme en duelo con más de uno a través de mis letras, no regresar más al lugar donde venden tu cuello por poco más que unas monedas de oro. Pero como toda regla tiene una excepción, hoy vuelvo, al menos por un día, a rearmar de munición mis cañones que asoman por la borda, dispuestos para hundir los navíos indignos que asolan las aguas de esos mares. Ustedes sabrán perdonar la afrenta.

Quizás perdí maestría en el arte de la guerra, pero ahora entiendo mejor el viento, y con eso basta para ponerme a popa del navío corsario de bandera color sangre. Lo diviso en la distancia mientras lo persigo y me llena de decepción la vista de su casco. Un velero lastimado, sin capitán, a la deriva, con marineros que corren por cubierta sin saber qué hacer, si tirar el cabo de estribor y escorar a la derecha, o tirar de intuición y caer a babor como les dice el alma. No hizo falta mucho, tenerlos a tiro con los cañones de proa, lanzarle andanadas de vergüenza y el simple miedo a ser abatido los arrastró sin dignidad hasta el fondo. Y yo me quedé con la pena de ver un enemigo perdiendo su honra, lo que nunca es agradable.

En esas que rondaba los restos, dos embarcaciones rápidas, con timoneles ávidos y vela ligera, rodearon mi rumbo y helaron mi suerte. Una, un bergantín bien armado, de bandera morada, jamás vista antes por aquellos lares, con una tripulación bebida en odio y venganza, desertores cansados de defender otras campañas de guerra. Otra, un velero de navegar manso pero firme, bandera amarillenta, con un joven capitán sin demasiadas cicatrices de batallas, pero con la carta náutica bien sabida, como esos almirantes de academia. Ambos se manejaban con el viento, trasluchando, desapareciendo, remontando las olas con habilidad, dando cañonazos cada uno en cada borda, que me hicieron temer lo peor. Pero no hizo falta demasiado. Arrié velas, quedé al pairo, sospechando de la ingenuidad de esos capitanes, ambos lanzando metralla sin descanso desde cada lado de mi barco. De a poco, los cañonazos, de fuertes y desmedidos, fueron impactando el uno en el otro, y mi barco en medio, de protagonista a testigo, observando la retirada obligatoria por los daños en sus naves. No sé qué será de ellos en el futuro, pero volverán, más capaces, parece. Apuntan maneras, desde luego, aunque cometan aún el pecado de la inexperiencia, pensé, lo dirá la marea.

Crucé los bancos de niebla, decidido a dar caza al galeón de trapo azul, con esos tres mástiles y cien cañones por banda. Hacía años que no sabía de ellos. Otrora temidos por aquellos mares, los imaginaba para entonces reyes de esas aguas. Nada parecido. Una figura dibujada en el horizonte, inconfundible, eran ellos. Iban escorados, con un capitán agarrado a su timón con fuerza pero sin certeza, directo hacia los arrecifes en los que encallarían. Por las bocanas asomaba el botín de oro de tantos años, monedas de plata que iban hundiendo más y más el barco, haciéndolo ingobernable. No hice nada ante tal estampa, tan sólo divisar que al poco arrumbaron a la costa, con los riscos partiendo el casco en dos, y la marinería saltando despavorida a resguardarse.

El mar que merecemos, quedé pensando. Y ahora, tras la batalla, vendrá otra nueva, pues habremos de elegir nuevo señor de la guerra. Eso haréis, supongo, pero para entonces ya estaré lejos de estas aguas, al sur del sur, lamiendo mi vergüenza, con mi prosa, con mis letras, contándole a la Luna que hubo un tiempo en el que la dignidad no sólo era cuestión de poetas. Que hasta para ser pirata hay que ser honrado y saber dejarlo cuando no eres capaz de hacer bien la guerra. Pero hace tiempo que de ellos espero poco, más bien nada, aunque vuelva de cuanto en cuanto para que la realidad me diga estar equivocado. Dicho lo cual, en unos días, usted elija su bandera, que la mía es blanca de rendición ante ellos, y que me busquen por mis mares, que ya sólo me empuja mi vela…

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