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Milagros que gustan…

Uno tiene que agarrarse bien fuerte a la creencia de que existen los milagros para no caer en la desesperación cuando no ves otra salida. No es mi caso, pero sí es verdad que hago esa reflexión cuando me topo con ejemplos de vidas al límite, desafiando con poco la gran cantidad de retos a los que les somete una ardua existencia. No saben, ellos, lo que para mí significa el simple murmullo de unas palabras puestas en su boca, y no me hace falta, como ahora, poner nombre y apellidos a esos héroes anónimos, porque no entiendo esas dos palabras de forma separada.

Uno de ellos vino a contarme hoy una historia, de madrugada, cuando las letras y las leyendas parecen cobrar un sentido mágico. Se trataba del caso de Lincoln Hall, al que la prensa británica bautizó como “el muerto viviente del Everest”. El 25 de Mayo del 2006 descendía de la cumbre cuando, aquejado de mal de altura, empezó a acusar serias alucinaciones. Algo sabrán sobre ese tipo de aventuras, en las que la frontera entre la vida y la muerte pende de un hilo. Los sherpas intentaron atenderle hasta que se quedaron sin suministros en medio de una tormenta de nieve y el director del equipo les ordenaba regresar, abandonando a Hall. Cuando llegaron al campamento base se comunicaba a la prensa el fallecimiento de su compañero.

Sin embargo, a las 7 de la mañana del día siguiente, un equipo estadounidense liderado por Dan Mazur encontraba a Hall a 8700 metros, sentado con las piernas cruzadas, sin guantes, con el mono bajado hasta la cintura y el torso desnudo. Estaba cambiándose de camiseta. No tenía ni gorro, ni gafas, ni máscara de oxígeno o botellas, ni saco de dormir, ni mantas, ni cantimplora de agua. Cuando llegaron hasta él tan solo espetó “les sorprenderá verme por aquí…”. Mazur tomó esta foto de Hall poco después de encontrarlo cerca de la cima. Aún tenía tiempo de sonreir a pesar de haber pasado la noche al raso a esa altura, dado por muerto abajo, como hubiera sido su lógico destino. Se reiniciaron entonces las labores de rescate de nuevo y pudieron bajar a Lincoln de la montaña, siendo tratado posteriormente de un edema cerebral que terminó por recuperarse al poco, añadiéndose así otra página más en el sagrado libro de los milagros…

Y qué quieren que les diga, amigos. Por montañas que se pongan por medio, por difícil que parezca el rescate, no desesperen, busquen la mejor de sus sonrisas y quítenle la razón a los pesimistas que se disfrazan de realistas y le dan a uno por muerto, porque, con menos, otros han salido ilesos y pueden contarlo. Esos son, con mucho, los ejemplos que gustan al mundo, y, quién sabe, igual mañana podría ser usted el protagonista. Aquí me tendrá, en cuaquier caso, para relatárselo a los incrédulos, que ya van siendo, gracias a Dios, los menos…

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