Te susurra guerra, aún a sabiendas de una derrota segura. Te grita venganza, con sabor a sangre y la vergüenza rota. Te humilla contando que tu quietud es cobardía, y te maltrata buscando excusas que callen los motivos. Te domina, te enfurece, te desespera. Te ensucia el alma de supuestas razones que ya sirven poco. Te lastima empujando lo que te maltrata, y cuando todo acaba, huye de tu sombra despavorido. Y se va como si nada, tras haber sido bandera de mentira en una batalla de antemano desaprovechada. Dejando el aroma de un tiempo mejor, apenas eso, en el que creías que tu grandeza tenía comandante y tú eras uno de sus dignos guerreros. Y te arrastra al abandono, a la locura solitaria, a la desesperanza y al más absoluto olvido.
Ese algo que no nace con nosotros. Eso de nosotros que ni siquiera es nuestro, aunque así lo creímos. Ese enemigo disfrazado que te da la mano, con la espada siempre dispuesta, donde sea, quién sabe si debajo de su abrigo. Y esa mirada cruel que apenas nos roza cuando sabe que estamos vencidos. Un sueño convertido en pesadilla y que insulta el ánimo, aún habiéndose ido.
Ven a reconocerlo conmigo. Que no es tuyo, aunque camine con tu cara. Que no es de nadie, aunque acompañe nuestros andares. Que es culposo, charlatán, descuidado y soberbio. Que es infantil, soez, liante y desalmado. Fiero, locuaz, bravo e insolente. Una condición para los radicales y un anhelo para los sumisos. Tan vivo que mata y tan muerto que huele. Tan tenebroso como quebradizo, cobarde, miedoso, asustadizo.
Ese ogro que viene de noche a ejecutarte, cuando estás tranquilo a molestarte, y cuando estás acompañado a ser altivo. Que lleva las cuentas de lo que te deben, de los que dijeron y de lo que hiciste. De lo que mereces, de tus aciertos y de tu experiencia. Un Dios justiciero que no sabe de pedir perdón, disculpas y abrazos a tiempo. Que no sabe de más coraje que el banal, sin ser humilde ni sincero. El pecado para los decididos a creer que el destino está escrito, y la razón última para los convencidos a reinventarse.
La señal más humana de nuestra propia existencia. Esa sensación voraz de quemazón intensa. Y ese persistir en la mente de quien lo sufre. Arrogante, mortal, tóxico, venenoso, huidizo. El Orgullo, ese fantasma sin paz que nos persigue aunque jamás lo hayamos visto. Una oportunidad perfecta más para enfrentarlo y elegir quienes realmente siempre quisimos haber sido. El buen orgullo de los que hacen al malo, por fin, por destruirlo…
Mañana a las 12 estaré con Rafa Cremades en Canal Sur hablando del Orgullo…