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Ganarán los malos…

De antemano, que me perdonen algunas madres, y, si están a tiempo, pasen a otra cosa, no vaya a ser que les suene la historia y los despropósitos que aquí narro de cuando en cuando, pero es que para eso tengo estas letras, para desahogarme y soltar puños a la nada, al menos hoy, cruel domingo. Y es que los domingos por la tarde huelen a tristeza. Poco a poco las calles se van despoblando y el frío recorre las aceras, llevándose consigo las carcajadas y tenderetes del fin de semana. Pronto el silencio manda y la oscuridad cubre el cielo, hasta un nuevo Lunes, quizás indigno, pero a buen seguro lastimoso por volver a ver los mismos rostros de siempre de primera hora. Pero puede ser peor, y si no, oigan la cantinela del que, cargadito de zumos y galletas, acude a su coche para emprender camino de vuelta y llorar en silencio por otra tregua vacacional que se escapa. Y es que puede ocurrir que llegues a tu carro, bien aparcado, y te lo encuentres con el retrovisor hecho trizas, vilmente mutilado por algún indeseable que pagó sus penas y desgracias con dicho artefacto. Manda tragaderas…
A duras penas intentas recomponer los cachos, tragas saliva, mentas a la madre que lo parió, y haces de tripas corazón para darle a las marchas y llegar cuanto antes a casa. Y se le queda a uno la cara de tonto, harto de pagaderos y de dar los buenos días, hasta el leño de ceder el sitio y poner buena cara al vecino. Para luego lo mismo de siempre, que llegue un soplagaitas de cuarta y se lleve de un golpe cualquier cosa tuya que pille por medio. Tú, que no te has movido de casa en todo el fin de semana para no hacer gasto, tú que haces por respetar al prójimo, cansado de poner mejillas y recibir garrotazos…
Por todo eso y mucho más, no lo duden, ganarán los malos. Y con malos no me refiero a grandes genocidas ni dictadores de mala sangre. No, los malos los tiene usted puerta con puerta, disfrazados de ciudadanos normales, pero siempre dispuestos al pisoteo, a colarse en las filas y gritar a los niños que juegan inocentemente a la pelota. Así los puede usted identificar, fácil, el que adelanta cuando no debe, el que no saluda en el descansillo. Ahí le tienen al jodido, por mucho que parezcan inofensivos y débiles, pero no, hacen daño, os los aseguro. Los que desprecian a su propia ciudad, los que venden a su hermano por una herencia o recurren al enchufe para librarse de lo que sea. Esos son los peligrosos de verdad, los malos, permítanme, los que nos hacen la vida un poco menos agradable, teniendo que entrar en casa con la leche agria y las ganas de reir a cero patatero. Echen un vistazo a su alrededor, estoy seguro que entienden de lo que hablo, los reconocerán rápido, al menos aún, hasta que encuentre al malnacido que rompió mi retrovisor, Dios mediante, pues a ese cuando lo pille no lo va a reconocer ni su putísima madre, por muy santa y muy buena que sea la señora. Porque ganarán los malos, señores, pero igual podemos hacer que alguno que otro llegué trasquiladito el Lunes al trabajo, ese consuelo me queda…

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