Aceptación, Compromiso, Humanidad, Inteligencia

El Niño que va por Dentro…

Tanto que aprender de los niños. De su forma limpia de ver la vida. De la manera en la que se abren a la experiencia, sea cual sea, sin miedos, sin expectativas y sin demasiado aprendizaje. No importa el éxito del resultado, sino la sensación del momento, y eso les hace libres, porque están en el presente continuamente, atraídos por lo desconocido, independientemente de que los mayores lo clasifiquen como algo bueno o malo. Dicen que eso es la serenidad, vivir el instante sin ataduras del pasado ni esperanzas en el futuro. Resolviendo tocar lo que no se puede, besar a quien no se debe, probar lo que está prohibido y saltar cuando te piden que te quedes quieto. Por eso son felices, porque no buscan explicaciones a las emociones ni argumentos a las locuras. Porque simplemente están, sin excusas ni culpa que interceda.

Propongo volver a nuestros orígenes. Dejarnos llevar por lo que nos pide el cuerpo y el alma. Volar los sueños aunque parezcan imposibles, cansar los músculos de llegar donde nadie lo hizo y sonreir ante cualquier circunstancia, pues, si la vives, significa que respiras, y no hay mejor regalo del destino que la posibilidad de superarte de nuevo una vez más. Propongo rebelarnos contra lo que supuestamente no se puede, despegar de los temores que nos atan y jugar a ser verdaderamente geniales. Dejar de intentar convencer para empezar a transmitir. Dejar de querer persuadir con las palabras y demostrar con nuestro ejemplo que la vida va de vivirla como un niño, haciendo por descubrir lo que venga, hasta que un día nos vayamos, quizás contentos con la historia que una vez preferimos.

Hacer lo que nos quitan. Bailar bajo la lluvia, abrazar al desconocido, sonreír a tu enemigo, perdonar a quien más daño te hizo, arriesgarnos a cambiar el mundo que tenemos cerca, con ilusión y sin vergüenza. Ser humanos como actitud y no como especie, animales por impulsivos y reyes por poderosos. Ser dioses de nuestra conducta, porque sabemos que la libertad es la puerta de la felicidad, y vamos a por ella, a pesar de las posibles consecuencias.

Sentir sin pensar y hacer sin decir. Como esos niños geniales que se desternillan de la conciencia, de la autoridad y de lo que nos maltrata. Ese niño que aún nos habita por dentro esperando la oportunidad de inundarnos con la mayor de las sabidurías, ser poco más que el momento que se tiene. Y así pasar los días en el universo que nos acoge, perfecto para aquellos valientes que deciden ser niños para siempre y olvidarse de parecer tan adultos…

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