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De aquellas, de los cuentos…

Les juro por lo más sagrado que la he visto esta misma tarde. Mientras charlaba de quehaceres con compañeras de pupitre y cafés en horas muertas. En mitad de los pasillos de la facultad, a media tarde y con prisa en la mirada. Dándose los últimos retoques al brillo de sus ojos y a su melena recortada, sin escoba ni el encanto de las brujas de los cuentos que leía de pequeño hasta sucumbir en brazos de Morfeo. Allí justo, con el gesto torcido y la voz inquieta por la fatiga de no llegar a tiempo a donde fuera. Y me vino a la mente en un segundo todas las historias de pócimas y hechizos, de esas brujas, las de antes, las que habitaban en bosques encantados elucubrando a carcajada, aquellas que conspiraban en la oscuridad y vestían harapos deshilachados de tanto roce con los ramajes de sendas olvidadas. Y las eché de menos en ese momento, esas reuniones a medianoche a pie de llamas de un fuego extraño, los cantos que susurraban maldiciones y conjuros bajo Lunas llenas de espanto. Leyendas de aquelarres y magia negra ordenadas por diablos y espíritus vagabundos. Las antorchas del pópulo persiguiendo el misticismo, mezclados en miedo y escalofríos por visiones de otro tiempo…
Todas esas novelas, esta tarde, eché en falta, quedando huérfano de fábulas que hacían palidecer, cerrando los ojos buscando el sueño, con las manos en el pecho y la manta hasta la cabeza, inocentes víctimas de letras e ilusiones…
Todo se fue esta tarde al ver aquella bruja, desmembrada de sortilegios, a punto de entrar en clase para representar, quizás, una obra entre alumnos, inconsciente de que allí mismo, sin quererlo, se cargaba de un plumazo tantas noches en vela rezando por no vérmelas con una meiga despistada, de esas finas y maldichas, sin disfraces ni lamentos, de esas que no quedan, de aquellas, de los cuentos …

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