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Al final de la barra…

El mundo es simple. Están los buenos y los malos. Están los jueces, los policías, el Papa y sus sacerdotes, los hospitales, los del seguro, los abogados,y perdonen que me ponga a enumerar pero es que no quiero dejarme detrás ningún hombre de bien, en fin, los guardias civiles, los políticos, el defensor del pueblo, los sindicatos, los funcionarios de las Conserjerías, los orientadores de instituto, los profesores de religión… No hace falta decir que entre tanto lirio habita alguna ortiga, pero permitan que generalice, al menos hoy. Con la venia, prosigo… Jóvenes empresarios, vigilantes de la playa, oficiales del Ejército, el Rey, los gerentes de las Industrias que dan trabajo, los críticos de cine, los vendedores de loterías, el tendero de la calle Urbión, el vecino del quinto, mi jefe, mi ex jefe, profesores de facultad y de instituto, psiquiatras, psicólogos de rastrillo, y no sigo, que voy a vomitar el pollo al pil pil que me he zampado hace un rato…
Si creían que éstos eran los buenos, van listos. Vivimos bajo una mentira acordada por unos cuantos, donde otros tantos, muchos más si cabe, viven indefensos, sorteando obstáculos a veces insalvables, con el alma cada vez más deshilachada de tanto oportunista que aprovecha el cargo para hacer a su antojo barbaridades de campeonato. Es por eso que hoy vale generalizar, porque me parece aún más grave un chufla que se sienta tras una mesa de responsabilidad, que mil descamisados haciendo el cafre tras la barra de un bar. El peligroso es el que, llevando la chapa de un cargo medio notable, se comporta como el descamisado del bareto, aunque también he visto al final de una barra verdaderos caballeros, llevando con fina dignidad los pisotones de infames mamelucos que guían su destino…
Con esos me quedo, con los sacos de arena donde el que manda se desahoga. A los demás… Culpables hasta que no demuestren lo contrario, por creérselo…

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