Hoy ha amanecido nublado. Dudaba del cielo en este día gris, pero entre cafés decidí alquilar una bici en el mismo albergue y esperar que la mañana mejorase con cada pedalada. Y así fue. Seguí la ruta de la Iruela, subiendo primero al pueblo del mismo nombre, de no más de 500 habitantes, tras una empinada cuesta que me hizo sentir la fatiga de quien no está acostumbrado a esos esfuerzos.
Minutos antes, mientras degustaba mi última magdalena y cogía fuerzas para el día, un senderista de recio pelaje y piel curtida me aconsejó la ruta que ahora llevo a cabo. -Girando a la derecha en la plaza de la Iruela, tras el camino asfaltado, sigue hasta la ermita y confiésate contigo mismo si te atreves a seguir adelante. Eso me dijo. Quedé abrumado con el consejo, lo que no hizo sino enloquecer mi curiosidad y tirarme al desacato de lo desconocido, allén de cuestas y mal tiempo. Como dijo nuestro amigo, giré a la derecha en la placita, donde dos señoras conversaban a la par que me miraban extrañadas, como pasa en los pueblos pequeños, y enfilé una terrible cuesta, de esas sin horizonte, con el cielo ya entreabierto de nubes, para mi suerte.
El camino daba a una serie de miradores excepcionales. Disfrutaba a la vez que subía, tomando instantáneas de cada detalle, de cada barranco. Extasiado de tanta belleza, con la emoción del momento, incluso me atreví a grabar un par de videos en una de las pocas bajadas en las que pude descansar las piernas. A todo esto, ni un alma a la vista, lo que le daba mayor trascendencia y magia al camino. Todo lo contrario que vegetación y fauna. Más de una vez tuve que girar la cabeza al sospechar cerca algún animalillo. En lo alto de todo, algunos buitres dominaban en la altura, como reyes del aire, acompañados de ese silencio ruidoso de los bosques en esta época de vientos.
Tras muchos kilómetros subiendo, y con el agua justa para seguir adelante, tropecé con un cartel informativo que me daba cuenta de mi posición por la zona. Lejos de aclararme mi intención, ese cartel solo hizo confundir mi curiosidad y alentarme de nuevo a alcanzar por la senda, ya sin asfaltar, el paraje de «El Chorro», más cerca ya de Quesada, pueblo de la zona, que de Cazorla, donde me hospedo. Las fotos y los videos hablan por sí solos, todo un paraje inspirador hasta para el más insensible, donde verde y aire limpio colman la mayor de las expectativas. De pronto, cuando más idílica era la travesía, ya de vuelta, un trueno en la lejanía me avisaba de mi suerte.
De a poco, las nubes se encalomaron en la falda de la montaña y tuve que tomar la sabia aunque algo inconsciente decisión de acortar hasta el pueblo por un camino cerrado a senderistas por riesgo de caídas. No sabía con certeza si esa senda llevaba hasta el pueblo, pues se perdía en el horizonte tras la montaña donde comanda el Castillo de la Yedra, pero me apresuré a tomarlo con la esperanza de que al menos hubiera un pequeño cobertizo donde resguardarme de la que se me venía encima en cuestión de minutos. Tracé con cuidado cada curva, casi sin alzar la mirada, pues una lesión me arruinaría el viaje, y bajé rozando el precipicio sorteando charcos y piedras. Pasados ya unos minutos, un tirón en la pierna me avisaba de mi flaqueza para hacer esfuerzos en lo inmediato, y la lluvia cayendo a plomo, empapando en un instante ropa y mochila. Al poco, una casa, pero ya para entonces había elegido decisión, continuar, creyéndome cerca del pueblo. Y así fue, gracias a Dios. Terminé como una sopa, pero la aventura me había hecho disfrutar enormemente toda la mañana, incluso esa fatídica bajada de casi media hora, como esas cosas que se disfrutan cuando terminas y ves que, en un principio, no se tenían todas consigo.
LLegué al albergue, tomé una ducha caliente, quizás la mejor de mi vida, y quede en el vestíbulo conversando con el conserje. Ya a la tarde, sin querer caer en los brazos de Morfeo, visité la casa de mi compañera de autobús, Lucía, que me esperaba junto con su familia y su novio para una merienda acogedora. Gente espectacular, humilde, ingeniosos de la palabra y las formas, y es que no paré en todo el rato de reir con las chamullerías, como él dice, que el abuelo contaba. Asuntillos de pueblo, historias, algún que otro cotilleo vecinal, pero todo sin acritud ni maldad. Y es que eso se nota al momento, se intuye. Quizás el haber vivido tan alejado de las grandes urbes y su contaminado día a día les haya hecho desarrollar esa bondad que parece casi innata, divina.
Me despedí de ellos y volví al albergue, a escribiros, con sabor agridulce, y es que por un lado me causaba tristeza perderlos de vista, quizás para siempre, gente tan hermosa, aunque de alguna manera contento de comprobar cómo, por azares del destino, mi propósito de conocer gente en mi camino va tomando forma. Son las diez de la noche y no recuerdo estar tan cansado en mi corta existencia. Mañana diana a las 6, viaje hasta Úbeda, donde me espera Jose Miguel con los brazos abiertos para ofrecerme una cama y algo de comida. Quizás con algo de suerte una buena charla. Será el día de toda mi travesía que más camine, pero no ví mejor manera de hacerlo. Aún así, me las he arreglado para hacerlo más llevadero, y es que me han chivado oriundos del pueblo algunos atajos que les vendrán bien a mis piernas, ya castigadas después de lo de hoy, pero dispuestas a todo, no lo duden. Así pues, amigos, máñana empieza lo duro. Gracias por todos los mensajes que mandais al movil o al correo. Animan ahora más que nunca. Un abrazo y hasta mañana…
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http://www.flickr.com/photos/50063804@N06/sets/
Qué maravilla lo que cuentas a cerca de esta familia de Cazorla!!me alegra saber que aún quedan personas así de generosas!!!quién sabe si algún día volverás a verlos..!Mucho ánimo kike!!sigue así!!!
Qué maravilla lo que cuentas a cerca de esta familia de Cazorla!!me alegra saber que aún quedan personas así de generosas!!!quién sabe si algún día volverás a verlos..!Mucho ánimo kike!!sigue así!!!
María Vázquez
tus relatos son muy especiales. gracias por acercarnos tu viaje a los que no nos atrevemos a hacerlo. un abrazo
Menos mal que no pinchastes!!! Con ganas de más.