Pero les pondré en verea, aquel día que les relato me rasqué el bolsillo y jugué gustoso, fue irremediable…
Junio del año 2000, 8 y media de la mañana, cafetería de la Facultad de Humanidades del Campus de Guajara de La Laguna. El que les habla se jugaba los cuartos y algo más minutos despues, tocaba el examen de selectividad, pongan sus cabecitas en situación. Casi ni acertabas a escribir bien tu nombre en folio sin renglones, se palpaba en el ambiente la sintonía de un juicio a muerte, y allí me encontraba, al final de la barra, con leche sola, fría, como la mañana, y a mi lado gentes, profesores de facultad emperchados, alumnos de quinto, de primero…
En esas que entra un señor mayor, con traje viejo pero limpio, corbata anudada a la antigua, un sombrero de esos de copla y un bastón de madera recia. Muy educado, casi midiendo cada paso, lo pude observar desde el principio.Iba despacio de mesa en mesa, sin molestar a nadie. Decía buenos días, aguardaba cinco segundos e iba a otra mesa. Algunos ni se molestaban en levantar la cabeza de la tostada. Al fin se detuvo a mi lado. Era un señor serio, agitanado. Me encantaron sus zapatos relucientes, lucía anillo grueso de oro en la mano con la que mostraba los cupones y llevaba el bigote recortado, muy formal. Cinco cigarros habanos asomaban por el bolsillo superior de su chaqueta. La estampa y las maneras resultaban irresistibles, así que dije: «Deme uno para hoy». Lo cortó solemne, cobró, me devolvió el cambio, se tocó el ala del sombrero y dijo: «Gracias, caballero». Luego se fue andando muy erguido y muy despacio. Impasible. Torero. Valía la pena recordarlo, si tocó o no lo que me vendió es lo de menos…me tocó disfrutarlo unos minutos, y eso fue para mí un gran premio…