Enrique Vazquez Oria

Tsunamis esperados

Dicen que nadie es profeta en su tierra, y yo hago esfuerzos de sobra para dejar de serlo. Y es que se me atraganta el puchero cuando cada año por estas fechas me ponen las imágenes del “camino” del Rocio, con miles de fieles en alboroto sobrellevando la media tajá, jurando y perjurando por la Virgen y la juerga. ¿Quien dijo que era imposible casar agua y aceite? Se equivocaban… He visto llorar ante la Reja de la Ermita cubata en mano. He visto hombres hechos y derechos perder la dignidad por cuatro bailes y unas risas. Si señores, como los talibanes de Afganistan, pero con alcohol de por medio, con lo que la mezcla raya lo explosivo. Y lo peor de todo, compañeros, es que cuando buscas explicación a tanta tragedia humana solo saben decirte… -Pues no vayas tu… y tan panchos… Que uno piensa, ni devocion ni ostias. Si mañana se aparece la Virgen en medio del camino y pide que acabe el farlopeo para rezar por las almas de los infieles, le dicen que rece su puta madre, que todavía quedan dos dias de fiesta, y venden su corazon antes que perderlo con tontunas. Pero hay Dios, y es justo, y cuando más colosal sea el jolgorio, un año de éstos, el ansiado tsunami decidirá entre devotos de la fé y devotos del mamoneo, y arrastrará consigo carros, carretas y peinetas, hasta quedar desparramados en las laderas de los Pirineos. Me perdonarán los lugareños de la zona montañosa. Y es que puestos a hacer burradas, vamos a hacerlas bien. Dignidad por favor, o, por lo menos, disimulen…