Enrique Vazquez Oria

Testamento…

…Ahora que mi luz se apaga, es de justos jurar testamento y quedar en paz con los que me amaron. Y es que he visto pasar los años jugando a ser querido. Quiso el viento que mi sombra la persiguieran corazones dispuestos a regalar cariño a cambio de la nada. Esquivé mis pasos buscando nuevos mundos, conocí campos fértiles en libertad, tumbé mi lomo sobre espesas praderas mientras el Sol se hacía pulcro en la mañana. Ví amaneceres en soledad, abrazando el pecado, gritando al aire toda la fuerza que respiraba, celoso de cada instante. He saludado la noche, correteando tras amores furtivos de verano que hacían olvidar casa y oficio, bebiendo tragos de existencia que me abandonaban a la vuelta de la esquina, parando el tiempo. He disfrutado de manjares exquisitos, engañando la lógica de un mundo que pone fronteras a todas las cosas que parecen divinas, dando la razón a quienes defienden que no vivimos para ir lamentando ilusiones inacabadas…
En el olvido destierro los sufrimientos. Maldigo los viajes que se hacían eternos, días enteros entre cuatro paredes frías y alguna visita inesperada. Jamás derramé tanta lágrima como cuando me ví perdido, culpándome a cada paso de un momento de furia que me hizo perder de vista lo más sagrado. Doy gracias al destino por hacerme ejemplo de las casualidades que casi nunca suceden. Aún tiemblo al recordar aquellos ojos castigados por tenerme lejos, pero que renacían de vida por aparecer de nuevo bajo sus miradas, cumpliendo los deseos más profundos de almas en plena inocencia…
Y tras tanta idílica aventura, aquí echado observando el infinito, pienso sin pensar en todas las vidas que disfruté, todo el afecto, y sólo acierto a sonreír en la madrugada por haberse cumplido la excepción en mis carnes ya oxidadas. Debo ser noble y terminar mi caminar con la dignidad que merece mi estirpe, pues ni de lejos podía imaginar en aquella granja, en medio del monte, tan lejos de mi futura morada, que iba a abrazar cada segundo con el desempeño que lo hice, sintiendo como mío el orgullo de un apellido. Y ya, torpe en mis pasos, espero a mi última estación, el Cielo de los animales, pues tengo un relato que contarles a los que hace años partieron sin mi suerte, el de un chucho que tomó forma de hijo, el de un pastor que sintió como un hermano, la historia de un perro aventurero que recordará por siempre una familia que aún suspira por que resista al menos otro invierno a su lado…

Por siempre vuestro, Goku…