Me acompaña en mis noches peregrinas de letras y espacios, de silencios y miradas. Conoce mis gestos y mi furia, jamás delata enfado. Amante silenciosa en la penumbra. Quise odiarla, quise amarla, como esas relaciones imposibles donde nadie gana menos el transcurrir de los momentos. Me ha visto llorar desconsolado y reir a carcajada, frunciendo el ceño ante la injusticia y revolcar mi espalda en nuestro lecho. Sabe de mis males y mis lamentos, intuye verdades y mentiras, mas nunca opina, aunque su silencio sobra para responderle a mi alma. La he acariciado y maltratado, la he humillado hasta hundirla en el olvido, pero nunca pidió más que hacer compaña en la realidad siniestra que me absorbe en la madrugada, cuando enmudece el mundo y las estrellas se suceden…
La soledad es mi fiel hidalgo cuando todos duermen y mis dedos cantan al amor y a la guerra. La soledad, prisionera, es quien me acompaña y me mata. Tanto daño me hizo, y, sin embargo, le debo tanto… que vendo mi sino a quien pudiera traérmela un sólo segundo, y así poder besarla…