Enrique Vazquez Oria

Pepe el de las bolas…

Hagamos ciencia. Si algo he hecho en mis años de carrera han sido experimentos con cobayas en los que una palanquita surtía de condumio al bicho en función de lo que quisiéramos reforzar, según el comportamiento que nos interesara hacer aprender al animal, por raro que pareciese. Y mientras divagaba se me ocurrió el ejemplo. imagine usted que metemos diez ratoncitos en una caja donde la susodicha palanca diera la bolita de queso si, y sólo si, 1 de ellos, llamémosle Pepe, le da por empujarla, cogiéndola al vuelo. Los demás, por mucho que hicieran, no obtendrían recompensa, y así durante horas. Pregúntese qué es lo que pasaría cuando el hambre hiciera mella en las 9 adorables cobayas mientras nuestro amigo Pepe se pone ciego con el Roquefort. Sí, aciertan, se abalanzarían sobre Don Pepe al unísono, se lo zamparían en un santiamén, que la envidia no vienen siendo exclusiva de los seres humanos. Y ahora piensen en la cantidad de ratitas que viven a su alrededor, esas personas que hagan lo que hagan no tienen recompensa, siendo olvidados, mientras multitud de Pepes se pasean en sus Mercedes camino de la casa de la sierra, y todos conviviendo en la misma «cajita»… hasta que nos toquen demasiado los huevos y Pepe tenga que salir por patas porque le pisan el culo 9 ratas hambrientas, es decir, 3 parados, 2 opositores, 2 inmigrantes y 1 estudiante sin beca, además de la madre que los parió… Así que si quiere usted ser un Pepe de la vida lo lleva bien chungo en los tiempos que vivimos…