Enrique Vazquez Oria

Nuestra guerra…

Hoy le toca a usted merecer mi homenaje. Éstas letras huérfanas de dueño bordarán de oro su estirpe si da un paso atrás en el orgullo y ofrece una mano a la vida. Les propongo batirse en duelo contra la pereza de navegar a la deriva por un mundo que sólo conoce mareas que arriban a playas vacías de significado. Haced de vuestro nombre ejemplo, de vuestros pasos huellas imborrables. Gritad lo auténtico, lo más sagrado. Mirad siempre a los ojos, convencidos de fé, rebosantes de pulcra actitud. Hundamos nuestra daga de la lealtad sobre corazones indignos que juegan con las buenas intenciones del caminante. Sin piedad, llevando en cada golpe la historia de la ignominia grabada a fuego, por tantos siglos de desacato al honor y a la libertad. Por vuestros antepasados…
Que sufran los injustos, los osados. Maldecid con saña al que manda y roba, al que ríe mientras engaña. A todo aquel que no llegue más allá de donde alcanza su mirada. Humillemos con descaro al iluso vendedor de miedos y reproches, de sonrisas que suenan huecas y lamentos a destiempo. Nuestra bandera, el amor. La pluma como metralla insondable que destroce enemigos forjados de las sobras, indefensos ante tanto argumento magnífico. Por vuestros hijos…
Prometo, palabra, no desistir en el desempeño. Juro, por mi gesto, hacer la guerra a la desidia que una vez me acompañó, inundando de fantasmas mi siniestra guarida. Clavaré con pasión mi lanza en el centro de todo aquel que ose limitar los pasos de luces abrazadas a lo humilde. Mi batalla, que es la vuestra, cantará victoria, no dudeis. Nuestra lucha, que haré mía, clamará cientos de homenajes sinceros, humanos, no desistáis. Así será, por mi espada, afilada, por vuestra alma, poderosa, por nuestra memoria, verdadera…