Tuve el honor de ojearlo un momento, al tiempo que el polvo se incrustaba en mi hocico y los ácaros hacían el resto para hacer brotar estornudos y ojos llorosos. Mas aún, entre lágrimas sin tristeza, pude leer un curioso pasaje. Corría el año mil quinientos ventipico, cuando España era Imperio allén de los mares y Carlos V regía las tierras lejanas con pulcritud y destreza. Juan Sebastián Elcano, capitán de la nao Victoria, yacía en su camastro esperando la extrema unción, al tiempo que dictaba, no sin esfuerzo, un extenso testamento a golpe de ducados y maravedíes. En una de sus prebendas, la que les relato literal, el marino ordenaba lo siguiente…- Mando a dicha mi señora pueda disponer hasta cantidad de cient ducados de mis bienes en cosas que fueren su voluntad della é no obligada á dar cuenta dellos á mi heredero, é ruego é pido que como buena señora mire por sus ducados de las garras de su santa madre-.
Dio para muchas risas la frase del héroe en nuestra tertulia matutina, y es que Juan siempre anda a la gresca con la suegra, cansado de tener que intuir críticas furtivas por permanecer mucho tiempo fuera del hogar, por más que el pan de su casa y sus polluelos dependa de esos largos viajes.
Y es que hay cosas que no cambian, dirán, por muchas vueltas al mundo que de uno y por muchos siglos que pasen de largo. Las mismas batallas y los mismos deseos para las suegras, por mucho castellano antiguo y testamento loable que nos echemos a la cara. Que para un último papel que uno escribe,pensaría el marino, no se iba a andar con miramientos y medianías, harto, a buen seguro, de escucharse zumbidos en los oídos allá por los Mares del Sur, las Antillas holandesas o donde Cristo perdió la chamarreta, y todo, por abandonar el hogar y la esposa para salir en los libros de historia inmortalizado como héroe y descubrir nuevos y ricos mundos para la Patria, ya ven, minucias para una santa suegra…