Enrique Vazquez Oria

Mi casualidad…

Existe una raza especial de seres humanos dispuestos a dar la vida por un motivo. A algunos los tengo a diario en mi consulta. Samuráis perfectos que no les hacen falta razones para dejarse el alma en cada esfuerzo, en cada sacrificio que regalan en silencio, y no siempre reconocido. Son heroínas divinas del atrevimiento, porque dan el paso y después preguntan, y no hay mejor exceso. Sonríen a la adversidad y se inventan la manera de vivirla, acostumbrando al destino al fracaso constante de quien enfrenta un muro invencible.

Arden en pasión por quienes cuidan, mostrando fuerzas de flaqueza y victorias donde para cualquiera habría derrota. Avanzan sin descanso, vengando las excusas y los temores con acciones, y así no hay miedo que las convenza de que se rindan. Se visten de amor, señalando el futuro a los que vienen y dependen de sus intenciones. Se salvan sin lamentos, insistiendo, intentando, persistiendo. Equivocando hasta que aciertan y volcando todas las expectativas.

Sueñan con el mañana de sus hijos, abrazando un presente eterno que no quieren que se les vaya. Luchando la forma de respirar inspirando otras vidas. Dedicando versos que no se escriben a poetas que no las olvidan. Superando el pasado, remando hasta la orilla. Jugando a decisiones con pocas dudas pero sin orgullo. Tropezando y levantando la posibilidad de que ocurra a aquellos que somos fieles de sus hazañas, corazones que no siempre nos atrevemos a cantar su poesía.
Hacedoras de un arte en equilibrio que me supera. Imaginando un universo donde no habiten las penas, relatando bellas historias de fe, de honor y de grandeza, aunque ellas la cuenten como normales. Poniendo música a la vida de los que se quejan, callando las vergüenzas de la soledad por no molestar demasiado.

Y qué quieren que les cuente, qué quieres que te diga. Me desvanezco ante ellas, madres, solteras, guerreras eternas de lo sensible, amigas del desafío que no cesa y estrellas de las emociones. Porque portan en su mano la bandera de lo humano, clavando mi alma con su ejemplo, la dulce obra de esas personas que ponen al mal tiempo una sonrisa, y la casualidad quiso que fuera hoy lo primero, lo más grande, que viera mi azaroso día…

(Dedicado a todas las madres solteras, y en especial a Elena, que casi todos los días me hace el desayuno… ) 🙂