Enrique Vazquez Oria

Los que no se van…

Hoy les contaré algo a riesgo de que piensen que se me ha ido la cabeza. Hace tiempo que decidí arriesgar y no será menos en mis relatos que cada día ocupan un pequeño espacio en el universo de la red de redes. Prefiero desnudarme de complejos y dejar que mi verbo se exprese libremente, que es lo que hago por predicar.

Ocurre que una parte de la terapia, en ciertos casos, consiste en despedirse de ciertos seres queridos que se marcharon al otro mundo, algunos sin avisar, la mayoría, quizás antes de tiempo, otros, los menos, tras una larga enfermedad con un destino esperado, y no por ello menos duro para los que se quedan. Se van a un lugar que la ciencia no niega, pero que es escéptica, a un sitio donde hasta los más creyentes guardan cierta duda, lógica, pues lo contrario sería caer en lo temerario. No sabemos nadie lo que allí sucede, pero por si les vale, vengo a contar mi historia, que no pretende más que confirmar, a buen seguro, lo que muchos intuyen.

A veces siento presencias en mi consulta, cuando ya todo está cerrado, es tarde y el silencio inunda los pasillos de mi centro. Cuando quedo pensando en los casos, preparando las sesiones del día siguiente o escribiendo estas letras. Quizás sea mi mente la que juegue a fantasmas, digan lo que quieran, pero cuando quedo sólo en mi despacho no son pocas las ocasiones que alguien se sienta en el sillón justo enfrente mía. Y me miran, y yo los noto, sonriendo, porque sienten que ya pueden marchar donde tengan que hacerlo, pues han presenciado lo que llevaban tiempo esperando, ese familiar que no se despidió, aquel que no aceptó su viaje, ese otro que nunca dijo lo que pensaba, o el hijo que por vergüenza no expresó el amor y el agradecimiento que sentía.

No hablamos, tan sólo escuchamos juntos el silencio, saboreamos la quietud del presente, y percibo su última bocanada de aire, antes de partir al lugar donde se les llama. No los toco, pero siento el abrazo eterno que me regalan, el calor intenso de alguien que se despide por un tiempo, alegre, satisfecho y agradecido. Nada allí se mueve, excepto mi alma, por algo que no puedo demostrar ni quiero. Y un mensaje de ternura que arrastra mis sentidos a una inmensa serenidad que nunca termina.

Después el frío, las ideas se aclaran, encuentro los caminos y pongo punto aparte a mi cuaderno de las experiencias. Y así recojo mis cosas, cierro con llave, sin miedos, en paz, tranquilo, deseando transmitir el mensaje, el mensaje de un científico loco que quizás haya perdido la cabeza, o que, a lo mejor, por fin la está recuperando, ésta vez para siempre…

 

http://youtu.be/kgTZfofYKzI?list=PLlTE8DotmMEfkYoT6GT-kfXErMljoRyOT