“Vendrás al mundo una mañana de Abril, cuando las flores pinten de azahar el horizonte y el Sol se haga perezoso en su huída. Obrarás la senda del milagro desafiando destino y naturaleza. Te recibirá tu propio llanto, divino. Tu madre te dará la bienvenida entre sus brazos dedicándote lágrimas y promesas. Serás querido y mimado, y crecerás, despierto, saboreando cada palmo de infancia entre juegos y carcajadas. Tu cuerpo se irá presentando mientras tu corazón aprenda lamentos y se bañe en la sorpresa. Caminarás descalzo sobre hierba mojada bajo la lluvia y la sonrisa, de la mano de amores efímeros de verano. Llorarás de rabia sin atisbar explicaciones y, al rato, gritarás de asombro para elevar tu alma a cumbres desconocidas y peligrosas…
No olvides mi ejemplo, amigo, quiero que te sumerjas desnudo en océanos de ilusiones, que confundas la noche con el día abrazado a la nostalgia. Quiero que saltes en precipicios de sensaciones, que aprendas destreza, que acunes verdades e imposibles. Necesitaré de tu recuerdos en la desdicha, hacer las paces con mi pluma, allí donde habita la conciencia y la espera. Morderás tus labios ante la injusticia, caerás en desidia y vileza, y te levantarás, como buen hombre, porque el perdón se inventó para espíritus libres ahogados en bondades. Te observaré, compañero, en silencio, cuidando de tus pasos como míos, sin condiciones ni negocio. Y descuida, pues mi espada acechará paciente ahuyentando miedos y reproches. Esconderé secretos y besos bajo montañas y senderos, mas te amaré hasta lo eterno…”
Y ahora no me pidas perdones, no me ruegues compasión con quien no quiso que salieras a mi encuentro porque en tu lecho olvidaran razones y cariño, no me implores que entienda a tu madre por pensar, maldita, que no era el momento, jamás suspires desde el cielo por un mundo que detesta el viento y le pone cerrojo a la vida, esa que ni siquiera sentiste y que marchitó primaveras, parando el tiempo…