Después de una hora esperando numerito en mano, la maquinita me indicó que era mi turno. Esperaba encontrarme un tío de esos carca, con bigote y chaqueta de pana, mosqueado por estar fuera de tiempo atendiéndome, pero nada más lejos de la realidad. Allí encontré una chica joven, no muy guapa pero arreglada, con un lenguaje corporal que invitaba a preguntarle cada duda que tuviera. Atendió cada palabra, me buscó los papeles que me faltaban, me ayudó a rellenarlo, y le dio tiempo a soltar un chascarrillo simpático entre medias. Yo, casi por devolver el interés, le pregunté si estaban muy liados con la ideita del gobierno. Puso cara de espanto y me comentó lo difícil de tratar con gente que le cree culpable de su situación, estando como están, desbordados. Pues eso, me dio la mano, le devolví el chascarrillo, sonrió, me devolvió los papeles y acabó mi turno. Y salí por la puerta bien contento, y pensando que muchas veces, el cliente no tiene la razón. Chapeau por ti, funcionaria!, porque funcionas…