Enrique Vazquez Oria

Esa Mujer Que Se Fue…

Mucho tiempo viví con ella sin soportarla. Deseando que se fuera al infierno del olvido. Maltraté sus bondades y me hirieron sus formas. Casi me matan sus maneras, el silencio de sus noches y el tiempo vacío que dejaba en mis manos. Era una compañera a veces cruel, incómoda, hogar de los primeros miedos y de miles de vergüenzas. Sin ser compleja no era sencilla, extraña, orgullosa aunque llena de debilidades. Princesa de todos los temores, reina de las culpas y bandera de la incertidumbre más insana. Así conviví con ella durante años, peleando a espada y apuntándome al corazón para desgarrarlo.

Al poco se fue, como se va la primavera, sin ruido, dando un portazo y dejando tras de sí alguien abandonado a su mundo, que es lo que yo quería. Se fue en silencio, prometiendo no aparecer jamás en mi casa, por mucho que su aroma se quedara en cada esquina. Y aún continúa, pues es raro el día que no la echo de menos y hago por recordarla.

No sé, su fuerza, voraz, la intensidad de sus sensaciones, la intuición, sus ganas de comerse el infinito. Todos los motivos inocentes que traía y que me susurraba, que me enaltecía y me prometía para el futuro. Toda esa lógica sumida a las tentaciones más divinas, más humanas. Su belleza, apreciable tan solo cuando provocó su marcha. Como esas guerreras que te descubren la vida apretando tu alma. Testigo de mis primeros besos, de las caricias de un chaval despistado que empezaba a elegir sus propios pasos. Un viento de cara para mis mejores aventuras, salvoconducto para las peores locuras y aventurera de mis sueños imposibles.

Con ella nacieron mis letras. Le debo mi desafío al destino y mi amor por sus curvas. Una atracción desquiciada de la que quise desprenderme. Querer vivir sin su presencia y ahora desear que estuviera. Con sus gritos y su sangre, con su melancolía solitaria y con su fe sincera. Ese desafío de crecer aprendiendo y espantarse mientras yo maduraba.

Por eso hoy le escribo, ahora que hace tanto que se fue. Ahora que la estimo, que la veo en otros y me estremece cuando me roza. Sabia como nadie, sensual, amable, despiadada pero auténtica. La mejor parte de mi, quizás, a pesar de todo. Juventud, esa gran fortuna, cuna de mis virtudes y mis defectos, de mis decisiones y mis entusiasmos. Esa novia amante que hizo de madre, de compañera, de hermana y hasta de enemiga. Juventud, esa mujer que un día que no recuerdo escapó cruelmente de mi vida…