Enrique Vazquez Oria

Dos Párrafos….

Es una delicia pasear por la playa de la Victoria en Cádiz a primera hora de la mañana, recorrer el centro con esas callecitas amables que te transportan a época de mercaderes y marinos de los de verdad. Málaga es un primor, su gente, bañarme en la Malagueta de madrugada, desnudo, como mi alma, libre de lamentos y de malos augurios. Córdoba, noble, su estirpe musulmana hace que vuelvas a los orígenes de tu historia, que es la de todos, y perderse entre las columnas de la Mezquita, inolvidable. Granada, mágica, su Albaicín de noche despierta las sensibilidades más toscas. Sevilla y su duende, la idílica estampa de Ronda, los pueblos blancos de Cádiz, de Huelva, donde el tiempo camina, olvidando prisas. Cazorla, Antequera, Jerez, despierta, Carmona, Aracena, Sánlucar… en todos esos sitios guardo un rincón, un lugar donde me siento en la mesura y contemplo rostros anónimos, hasta que el Sol me retrata siluetas invisibles, y sigo mi camino…

Y llego a Huelva capital, descubridora sin serlo, y relajo mi alma por su paseo marítimo, a la sombra de árboles que dan cobijo a la esperanza, con la ría, limpia, testigo de mis pasos, y al fondo el amplio océano, donde veleros y pesqueros se mezclan en postal inigualable. Su casco antiguo, historia en carnes, herencia de un pueblo, el Tarteso, ejemplo de bondades. Sus parques cuidados, donde respirar es tan necesario como maravilloso, sus gentes, agradables al trato y abiertas a nuevas sensaciones, ideas en ebullición por las que luchan, hasta la muerte, pues sienten su tierra como innegociable. Oir tocar la guitarra al Niño Migué en teatros abarrotados, aplausos eternos, como la sensibilidad del que aplaude, onubense por derecho y orgulloso de sus raíces, porque hay motivos para estarlo…

Dos parráfos escribí hoy, uno verdadero y otro mentiroso, y un dolor que mata en ambos, uno por tenerlo lejos, y otro por sólo poder imaginarlo…