Enrique Vazquez Oria

Día 20. Sanlúcar de Barrameda. Es de todos…

Todo era distinto hoy. Desperté dos minutos antes de que mi reloj sonara, y es que un gallo parecía conocer el horario de salida del trayecto de esta calurosa madrugada. Con su canturreo abrí los ojos y ya quedé mirando al techo rememorando lo que podría ser una magnífica jornada. Pronto caía en la cuenta, mientras recogía por última vez la mochila y me detenía a organizar las cosas, de que hoy despediría todas esas sensaciones de primera hora que tanta fatiga han supuesto días atrás. Estoy bien seguro de que cuando pasen las semanas y de nuevo me acomode a la vida sedentaria a la que estoy acostumbrado echaré de menos todas esas horas donde el cansancio y la desgana comandaban mis intenciones. En todo eso pensaba mientras cerraba la cremallera, alzando una mirada nostálgica al quicio de la ventana donde se dejaba entrever una Luna Llena bella como nunca me había parecido.

Así me encaminé hacia mi destino final, Sanlúcar, camposanto de un Río Guadalquivir olvidado por tantas generaciones que se enamoraron en su ribera sin saber toda la magia que destila en cada meandro. Nuestra tierra le debe mucho, por historia, pero además también por ser condicionante del paisaje y las labores que los habitantes de las lindes realizan, y de la que no somos conscientes del todo muchas veces.

Pero como os decía antes, hoy era diferente, por mucho que los caminos fueran maltrechos y tuviera pode delante kilómetros y kilómetros de asfalto. Hoy llegaba al final de mi travesía, veinte días que parecen ahora un sueño lejano, tiempo para aprender de uno mismo y los que me iba a encontrando, un disfrute continuo e intenso donde he exprimido cada instante, a buen seguro. Sanlúcar llegó antes de lo previsto, alcanzada por unas piernas que hasta el último segundo me han sorprendido gratamente. Pronto me contagié de sus calles, de ese olor a frito del sábado al mediodía que me hace revivir épocas de mercadeo y pícaros hurgando en las esquinas la manera de buscarse el pan.

Así llegué a la Plaza del Cabildo, con el paso cambiado, sintiéndome raro por pisar unas calles ansiadas por cada uno de mis órganos, obnubilado por esa lágrima traviesa que no me permitía estar todo lo atento que quisiera a las indicaciones que me daban para llegar al final de mi viaje. Pero como aliado con la suerte y la buena fe del caminante, el empedrado se iba cerrando y se presentaba ante mí un maravilloso palmeral engalanado con buganvillas. Entre el gentío, aparecían los míos, mis padres y Paloma, para darme el abrazo esperado de la llegada, emocionados y orgullosos.

Se acaba así la mejor aventura que viví, poniendo fin a mis letras con un simple hasta luego y el más sentido agradecimiento a todos aquellos que apoyaron mi senda con humanas palabras de ánimo que me permitieron seguir adelante y cumplir un sueño, que ya es de todos.

Cansado pero feliz me despido. Un fuerte abrazo.

Fotos y videos de hoy pinchando abajo…
http://www.flickr.com/photos/50063804@N06/sets/