Enrique Vazquez Oria

Descubrimientos en la madrugada…

Podrían ser las 2 de la mañana del domingo, la noche era clara pero fría, y más aún en el patio de mi casa del pueblo, donde a esa hora asoman babosas en busca de esquinas húmedas y el suelo se hace hielo. Me había quedado traspuesto escuchando las crónicas de los partidos, resguardándome en la estufa de un frío que calaba. En esas que me desvelé con hambre de oso y corrí a la cocina salivando al imaginar el arroz salteado o la pasta gratinada que me iba a zampar cuando me percaté que en ninguna de las tres malditas bombonas quedaba una pizca de gas para darme el ansiado gustazo. Después de mucho probar y maldecir encontré una de esas cajas militares de comida que mi padre había dejado por allí olvidada. Tienen que verlo, viene de todo, desde unas latas con cocido hasta mermelada y galletas, cerillas, chicles, vitamina C, y hasta unas pastillitas blancas que arden durante un rato largo para darte tiempo a calentar condumio. Y en el fondo, eso es lo mejor, una especie de chapita que, bien doblada, hace de cocinilla improvisada al calor de la pastilla de marras. No dudé, abrí la lata de albóndigas y allí, en medio del corral, con frío polar, me ví ensimismado en la fogata y las burbujas hasta que decidí que iba siendo hora de probar el invento. Y a fé que estaba bueno, quizás el hambre engañó al paladar, pero disfruté del alimento como nunca. Y fue, mientras me llevaba a la boca el cacho de carne, cuando pensé, embobado en un Boeing que surcaba el horizonte, en todas las cajitas de ración diaria que podrían comprarse con lo que costó ese avión de pasajeros. Les ahorraré la cuenta, dos millones de cajitas de comida. Sí compañeros, dos millones de personas que comerían caliente a cambio de uno de esos aparatos sin alma. Y ahora cavilen si ese coche que tanto desea, ese viaje que lleva tiempo planeando, ese vestido del escaparate o ese pisito de la playa vienen mereciendo la pena, cuando hay cajitas que, por menos de 1 euro, te hacen sentir vivo tanto a ti como a tu tripa durante un día entero, a ese binomio tan malacostumbrado a la buena vida y que no aprende a pesar de los pesares, pues sabe el artista y el inventor que las mejores poesías y creaciones salieron de corazones llenos y estómagos vacíos, pero no muertos de hambre…