Enrique Vazquez Oria

Confesiones…

Es difícil reencontrarse con uno mismo, más si cabe en los tiempos que vivimos, con tantos quehaceres inútiles y tanta rutina insulsa. Pero a veces, si uno tiene suerte y los cometas se alinean, llega la oportunidad de recrear lo que un día fue mágico para tus carnes, aunque sólo sea por unos minutos, pero suficientes para el corazón de cualquiera. Yo hoy cuento el caso, a sabiendas que ciertas confesiones puedan convertirse en fantasmas del pasado en algún instante, pero os debo justificación a mi dejadez de principio de semana…

Y es que echo de menos aquellos veranos de bicicleta y chucherías en la puerta de Raúl. Añoro la época de los pantalones cortos y sandalias gastadas de tanto caminar por esa calle vacía hasta que la llenábamos de nuestras carcajadas. Recuerdo con cariño y aprecio las largas charlas inocentes de niños que empezaban a vivir y se conformaban con acompañarse bajo un manto de estrellas hasta altas horas de la madrugada. Aún siento esa brisa tiznada de buenos presagios en medio de la oscuridad, o ese repicar lejano del campanario del otro lado del pueblo. Jamás olvidaré los juegos ni las caras, los hermosos gestos ni las miradas…

Intento desde hace mucho esquivar en mi camino ese bello escenario, tan distinto ahora, pero que guarda la misma esencia melancólica de entonces, cuando esa calle fue testigo de nuestros pasos. Y debo confesarles, pues para eso sirve la dichosa terapia, que el pasado Sábado, después de muchas risas y alguna cerveza, no pude evitar volver al mismo lugar de antaño, a sentarme en silencio, dedicar una mirada al cielo y responder con una lágrima a todos los recuerdos que el aroma de esa acera traía de nuevo a mis sentidos… Y allí, sólo, dí gracias por aquello que vivimos y amamos…

Es por eso que me costó volver a escribir esta semana, pues no se me quita de la cabeza la tristeza por un tiempo pasado, mejor o peor, no sé, pero tan humano, tan cercano… que nubla mis mejores historias, por más que junte cuidadas y estudiadas letras, por más que empuñe mi pluma para versos nacidos en esos días en los que morías cuando llegabas a casa y descubrías que todo, a no ser que alguien parase el tiempo, iba a convertirse en un maravilloso y eterno sueño, como así ha terminado siendo…