Enrique Vazquez Oria

A veces vuelven…

Es habitual oir cuando alguien muere la frase “Se van siempre los mejores”. Se produce un efecto extraño en las cabezas de quienes asistimos con incredulidad a la pérdida de un ser querido antes de tiempo,incluso llegamos a culparnos por no valorar el aire que uno respira, todos aquellos sabores que nutren nuestro paladar y las risas que están por llegar. Y tanto remordimiento nos hace ser mejores personas, al menos el tiempo que no cae en el olvido la siniestra realidad de un alma que yace inerte ante tus narices, como dormido, pero que vive ya en otro mundo, en el mejor de los casos. Rozamos la posibilidad, quizás unos segundos, de vernos retratado como protagonista de la escena y surge un aliento de alivio que se hace inconfesable para el vecino, el cual seguramente ande experimentando el mismo trance existencial en ese preciso instante. Estoy seguro que, cuando hablo de éstas pérdidas repentinas, tendrán alguien en la cabeza que marchó sin despedirse dejando huérfana las mejores intenciones, esa pieza que encajaba en el puzzle perfecto que venía siendo su camino, tiñiendo sus andares de una cojera distraída y molesta, imperceptible para el que pisa su sombra, pero que a veces vuelve a nuestro encuentro de forma inesperada… Yo pude verle anoche. Soñé con él. Hace años que partió, pero sentí su mano sobre mi espalda ahuyetando demonios y realidades con la misma sencillez que, en vida, te regalaba la palabra precisa para sonreírle al destino desafiando lógica e imposibles. Y das sentido al dicho, “ se van los mejores antes de tiempo”, y piensas que se van porque este mundo no les merece, demasiado lirio entre ortigas, pero siempre queda algún consuelo…y es que terminas entendiendo porqué las flores del cerezo son tan hermosas: al cabo de tres días fallecen, demasiado pronto, mas dejan como breve legado su intenso perfume, y en tus carnes se hace eterno…