Le sonríen a la vida, con el mundo por montera y los pies descalzos para sentir en carnes loables excesos, enamorándome. Gritan a los cuatro vientos pasión por momentos que llenan, sin pedir más que compañía y tres sonrisas para no desistir de seguir soñando, despiertos, humildes, pero con los ojos cerrados, confiando universos en las manos de cualquiera que cerca habite, lo que les hace aún más grandes y bellos. Celosos de instantes con los suyos, entre los que me cuento, navegan sin temor a piratas ni tormentas, de esas que a otros hicieron naufragar y perder la calma, pero éstos se saben héroes, de los de antes, haciéndoles invencibles de todo, más si cabe, por mares bravos que atraviesen en mal rumbo…
No conocen maldad ni tristeza, destilan arte sin saberlo, creando música en mis oídos, sin intuirlo, embelesando mi pluma y mil recuerdos de los buenos. Es por eso que les escribo, a destiempo, lo sé, pero hoy moría por querer agradecer a unos cuantos una existencia más que plena, la mía, la que me regalan a cambio de la nada. A veces echo de menos abrazarlos, a todos, mis hermanos, capitanes de mi alma y mis intenciones. Pero para eso tengo mis letras, que son suyas, y es que solo dicen lo que mi corazón de ellos aprendió, carros de ternura, kilos de nobleza y cientos de ejemplos maravillosos de vida. A todos vosotros, mis amigos, hoy, esto va dedicado…