Enrique Vazquez Oria


No heredé su pintura. No me regaló su destreza con la acuarela, pero me sería fácil dibujar su alma. Una vida sobre la mía, espejo de mis actos, la biblia de mi genética. Hablar de ella es como describir el suave mordisco de una fruta fresca, como tocar el aire y besar el mar. Inabarcable en belleza, la sabiduría de un anciano, el altruismo de un misionero. Tantos adjetivos que se quedan cortos, cortos cuando una simple mirada haría justicia a tantas palabras incompletas de contenido.
La más digna, la más trabajadora. Siendo aún muy niña juró vida eterna con el amor de su vida. Aún hoy enamorada, sus ojos asoman penumbras cuando él marcha cada domingo en la madrugada, la misma desdicha, domingo tras domingo…
Sus hijos, su verdadero tesoro. Su lucha, la venganza ante una vida que no dejó de poner a prueba. Ejemplo de ejemplos.
Y fuimos creciendo, pero sé que ella aún quisiera mecernos entre sus brazos, alejarnos de cualquier peligro, tan humano como maravilloso.
Agradecerle en una líneas, labor de labores. Tanta poesía en movimiento, tanta luz reencarnada, el coraje de un guerrero, la destreza de un orfebre, hulmidad entre humildades….
Tantas pinceladas en un sólo lienzo, tantas historias incontables, tanto amor …. Ella me dio la vida, y me la sigue dando, con cada sonrisa que regala al mundo.

Feliz cumpleaños Madre…